Hay un mágico instante en el que lo que pensamos se transforma en lo que decimos. En ocasiones, este proceso es inmediato; es entonces cuando hablamos sin pensar, nos sale del cerco de los dientes (¡Oh, divinal Homero!) cualquier idiotez suprema y pasamos la vergüenza de nuestra vida. El filtro es el encargado de evitar que esto pase. ¿Qué es el filtro? Bueno, yo no soy Andrea Vesalio* ni estudié (ni pienso estudiar) anatomía o fisiología, ni nada por el estilo. La verdad, el simple hecho de imaginarme abriendo un cadáver para verle las tripas me revuelve el estomago. Pero, aun sin haber tomado clases de anatomía, he descubierto un pequeño órgano en nuestro cuerpo. Se encuentra a la altura de los ojos, entre la parte superior de la cabeza y de la nariz. Lo he bautizado como “el filtro”. Este pequeño órgano actúa como un colador. Se supone que debería filtrar lo que uno piensa decir. Escribo SE SUPONE porque sinceramente, creo que hay gente que nació sin el filtro o por lo menos lo tiene MUY defectuoso, MUY MUY MUY defectuoso, tan defectuoso como los intentos para eliminar la deuda externa de mi país.
Para aquella gente que sufre del terrible impedimento social que es tener una malformación congénita del filtro o cualquier otra filtropatía congénita o adquirida, hay una luz de esperanza brillando sobre su oscura realidad (Y ahí va una metáfora barata…). Hay solución para usted. Verá, el filtro es el único órgano del cuerpo que tiene la capacidad de regenerarse, al más puro estilo Claire, la porrista zombi de “Heroes”. Siguiendo un plan de terapia exhaustivo, usted podrá dejar de parecer un supremo necio. El único ejercicio requerido es CALLAR. CERRAR EL PICO. Recuerde que “Aun el necio, cuando calla, es contado por sabio”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario